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Desde que mi memoria alcanza, siempre he tenido la imagen de mi padre llegando a casa con sus perros de caza, hechos de una época , que acaparaban mi atención, sin saber que quedaría marcado para toda mi vida, pues ya desde muy temprano, un revuelo de sentimientos e inquietudes se hacían latente en mi pecho cuando llegaba la temporada de caza.

No puedo precisar, las innumerables jornadas de caza, que acompañé a mi padre pero si puedo describir, como si fuera hoy, que sentía en cada momento , cuando estaba en el puesto de caza junto a él y su perra labradora llamada Veli.

Recuerdo como si fuera ayer, cuando salíamos a la caída de la tarde en busca de las zonas aquerenciadas de los Patos Reales , unas veces tocaba un cañaveral y otras un arrozal porque en esa época todo valía y la legislación era más permisiva que hoy en día.

Un día cualquiera, eran a eso de las 20:00 horas cuando mi padre agarraba su escopeta paralela y su canana repleta de cartuchos junto a su perra, era una de esas tardes que se disponía para marcharse a cazar, en las que con un poco de suerte me decía :

-Chani vamos…….

Y allá que iba corriendo, como alma que se lleva el diablo para ponerme un atuendo correcto para la ocasión, que no era más que una camisa de mangas largas de color verde oscuro y un pantalón de color oscuro también que podía variar el color en diferentes tonalidades pero siempre que el tono fuera oscuro era importante para el correcto mimetizaje de la vegetación en la hora crepuscular.

En ese momento se me paraba la respiración, el corazón se aceleraba a mil por hora y la cabeza me daba trescientas vueltas haciéndome preguntas como: ¿Dónde vamos? ¿ qué cazaremos? ¿por dónde vendrán?¿le dará mi padre? ¿Caerán lejos? ¿los cogeré yo antes que el perro?...........y un sinfín de preguntas que me ponían nervioso, hasta que me encontraba en situación y controlaba los nervios para no alertar la caza.

No tardábamos mucho tiempo, apenas un par de minutos en coche, ya que vivíamos en el campo y nos encontrábamos rodeados de marisma, arrozales y todo este ecosistema que hace que las acuáticas abunden por doquier.

Bajábamos del coche, apenas andábamos unos metros y para colocarnos junto a un cañaveral, mi padre, su perra y yo. Todos mirando a un lado y otro esperando ver la silueta de un pato en el cielo, sobrevolando el humedal en el que estábamos pacientemente esperando.

Pasado unos minutos, el sol estaba cayendo, los mosquitos no paraban de molestar cuando entre la marabunta de insectos , uno de esos puntos, que tanto molestaban , se hacían cada vez más grande, efectivamente, era un pato que se iba aproximando hacia nosotros, con un vuelo rápido y seseante.

Ya estaba a pocos metros, cuando la atenta mirada de los tres, no dejaban el marcaje el objetivo y fue en ese momento, cuando oí : clic, mi padre había quitado el seguro de la escopeta, el disparo era inminente, a mí, se me iban a salir los ojos, el corazón palpitaba incontrolablemente, deje de sentir el picotazo de los mosquitos, la perra a punto de dar el salto al disparo, cuando en pocos segundos, cuando ya estaba casi coronado, POMMMMMM ……

- MI PADRE DISPARÓ y como un rayo, Veli, salió disparada tras el pato, de tal forma que no había tocado agua el pato cuando casi estaba debajo esperándolo.

En ese momento, tras el lance, rebosábamos de júbilo, pues el lance, había culminado perfectamente, nos mantuvimos inmóviles hasta el disparo y solo quedaba que la perra le trajera el pato, como así pasó 3 segundos después.

Mientras mi padre recargaba su arma yo no paraba de acariciar al can, pues su labor era muy importante siendo esta, mi forma de premiar su trabajo, acto seguido continuamos con la caza con tres lances similares. Con la cuelga de tres patos reales y dos colorados, la noche se cerró y acto seguido nos dirigimos al coche, pues ya sin luz poco podíamos hacer más que marcharnos a casa.

Los patos me pesaban y se los di a mi padre para qué los transportara , cuando pasado 5 minutos, ya estábamos de nuevo en casa, no me había bajado del coche aún y agarre los patos cazados, me dirigí corriendo hacia mi madre para que los celebrara conmigo y compartiera mi alegría.

En ese momento, cuando le relataba a mi madre los lances que habíamos tenido, puedo asegurar, que era el niño más feliz del mundo, sin pensar que acciones como las de ese día, junto a mi padre y su perra, me marcarían para toda la vida, pues hoy en día, las Marismas del Guadalquivir son y siempre serán parte muy importante en mi vida.

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Categoría: RELATOS

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